domingo, 28 de octubre de 2012

La obra maestra desconocida


Recientemente la Fundación Juan March de Madrid presentó la exposición Picasso y “La obra maestra desconocida” de Honoré de Balzac, formada por 13 grabados al aguafuertes originales realizados por Picasso en 1931 sobre el texto de Balzac, y que yo, parafraseando el título, también desconocía.

Picasso, uno de los mayores genios del pasado siglo y uno de los mejores grabadores de la historia realizó una obra ingente, una parte de la cual, el mismo lo reconocía, no tenía ningún valor, llegando a encender la chimenea de su estudio con algunos de sus dibujos y bocetos para desesperación de sus marchantes. Sin embargo, en la otra parte, encontramos obras absolutamente geniales por muchas de las cuales, cuando actualmente salen a subasta, se están pagando precios escalofriantes.

Cuando empecé a estudiar Bellas Artes unos vecinos me preguntaron: -¿Martín, tú que  siempre estás dibujando y que vas a ser pintor, que opinas de Picasso? ¿Es tan bueno como dicen o solo pinta garabatos? Contesté que sabía muy poco de pintura y que por lo tanto no me consideraba capaz de opinar. Más adelante, visitando museos y exposiciones descubrí, a partir de sus obras, a un artista enorme y genial.

Y una parte de esa genialidad queda plasmada en los grabados de la exposición, que fueron editados por su marchante Ambroise Vollard en una carpeta.


1-Pintor recogiendo su pincel, y modelo con turbante

El relato de Balzac se sitúa en el siglo XVII en el estudio parisino de un artista anciano llamado Frenhofer que trabaja obsesivo y en secreto en un cuadro que lleva años intentando terminar. Cuando por fin dos artistas que admiran al pintor logran ver la obra, solo encuentran una intrincada masa de brochazos y capas de pintura, de la que apenas si sobresale un pie: la creación de una persona demente obsesionada por conseguir una perfección contraria a la imperfección propia del arte más excelso.


2-Pintor y modelo tejiendo


El cuento fascinó a Picasso, que identificándose con el pintor –el artista frustrado que hace una pintura tan avanzada a su tiempo y que nadie entiende-, por lo que aprovechó el encargo para homenajear el acto de la creación.



3-Pintor calvo ante su caballete

Por ese motivo las obras no son exactamente ilustraciones del cuento de Balzac, sino el resultado de las divagaciones de Picasso sobre el tema del artista creador y sobre uno de sus temas más queridos: la relación íntima entre el artista y su modelo.


4. Escultor ante su escultura, con chica joven con turbante y cabeza esculpida


Siendo este último tema al que dedica la mayor parte de los gravados contenidos en esta carpeta “Le Chef d´oeuvre inconnu” que se muestran en la exposición que ahora puede visitarse en Palma de Mallorca.



5.Toro y caballo en la arena de París

Exposición tan interesante como todas las que he visitado en esta fundación, y lo llevo haciendo desde que era estudiante. Ahora hay muchos y excelentes espacios expositivos en Madrid, entonces eran muy pocos, y este, siempre fue de los mejores.



6. Pintor con dos modelos observando una tela

A veces, cuando he estado un tiempo sin pintar, como suele ocurrirme después de una exposición, suelo copiar alguna obra de un grande de la pintura: Velázquez, Van Gogh, Cezanne... Ahora, trascurridos varios meses desde mi exposición en la Sala del Diario Información de Alicante, he copiado dos de estos grabados, concretamente los números 6 y 10 y he de decir que, como siempre, de Picasso he aprendido muchísimo. 


7. Desnudo sentado y esbozos (caballos, toro, torero…)


8. Pintor ante su cuadro


9. Tres desnudos de pie, con esbozos de rostros


10. Pintor trabajando observado por una modelo desnuda


11. Escultor con escultura y otras obras


12. Pintor ante su caballete con modelo de largos cabellos


13. Tabla de los aguafuertes parís, 4 julio 1931


viernes, 19 de octubre de 2012

Guiso de pescado


Estando en San Vicente de la Barquera de vacaciones, hace muchos años, habíamos alquilado una casa próxima al puerto de pescadores. Ya entonces me atraía mucho el mar. Navegaba a motor en una lancha en la bahía de Alicante y pescaba. Pescar era lo que entonces más me atraía y cada día de esas vacaciones me acercaba al puerto para ver llegar a los barcos con la pesca del día. Después de mucho intentarlo conseguí que un barco profesional me admitiera en su tripulación, no como turista, circunstancia que no permitía la ley, si no como marinero por mi cuenta y riesgo. –¡Si se marea, se aguanta! ¡Aquí no vamos de paseo! -me dijo el patrón, que en este caso era también armador.

Y allí estaba yo, embarcado en un pequeño pesquero, en el mar Cantábrico. Yo quería pescar… ¡de verdad! El barco, azul y blanco, era de los más pequeños, pero según me dijeron unos pescadores jubilados que por allí estaban, de los mejor cuidados del puerto. El de la imagen, aunque un poco más grande, se le parece mucho.


Zarpamos después de cenar, a las 11 de la noche, rumbo a mar abierto. En la travesía de llegada al caladero estuve un tiempo hablando con el marinero de más edad. Charla interesante e ilustrativa sobre el durísimo oficio de pescador. Cuando dejó de hablar, había sido prácticamente un monólogo, mientras compartía conmigo un botijo lleno de vino áspero, se puso a cantar un repertorio de lo más variado. Empezó con el Padrenuestro y, ante mi mirada de sorpresa, paso a la Internacional…

-Muchacho, me decía, -No sabes lo dura que es la vida de un pescador.

Poco después, por consejo del patrón me acosté en la camareta. Apartando unos aparejos me tumbé sobre una repisa de madera, dura como una piedra que olía terriblemente a pescado.

Al despertar y salir a cubierta estaba amaneciendo. Tanto se movía el barco que apenas había descansado, pero ellos llevaban ya tiempo lanzando el aparejo: un palangre con cientos de anzuelos en cada uno de los cuales, a mano y con gran destreza y rapidez, colocaban el cebo: una sardina, creo recordar. El cielo estaba gris y la mar agitada. Hacía frio, pero no demasiado. Estábamos en Agosto. Ellos no tenían vacaciones.

Durante varias horas, muchas me parecieron a mí, estuvimos recogiendo pescado. Ayudé en lo que pude y afortunadamente no me mareé. Cogimos seis cajas de merluza y algunas más de pescado variado. Buena pesca comentaron. No excelente pero sí bastante buena.


-¡Se ha portao!- Me dijeron. Les había ayudado y no me había mareado. Estupendo. A mi estos elogios me sentaron de maravilla.

Cuando volvíamos a puerto el patrón me dijo que si yo llevaba el barco ellos podrían limpiar el pescado y así venderlo a mejor precio, sobre todo la merluza. Yo nunca había patroneado un barco de ese porte, y menos en el Cantábrico que, aunque ellos parecían encontrarlo normal, con olas de casi dos metros, se movía muchísimo.

-¿Pero, como sé yo el rumbo? Cuestioné. -Yo se lo marco en el compás, me contestó. Pero además, dijo. -¿Ve aquella nube en el horizonte? ¡Llévanos allí! ¡Debajo de ella está San Vicente!

Y en esas me vi yo, al timón de un pesquero, en medio de un mar agitado, llevando un barco hacia una nube en el horizonte. Y mientras tanto, tres pescadores profesionales se afanaban en popa limpiando pescado.

Al poco regresó el patrón. –Vamos bien, comentó, y tras encender el fuego en un hornillo de gas situado en una esquina de la camareta, colocó una olla de hierro donde además de agua vertió una botella casi entera de aceite de oliva Carbonell. Después peló patatas, cebollas y algo más; lo troceó y colocó en la olla, tornando a popa para seguir trabajando. De vez en cuando volvía y tras contestar alguna pregunta mía sobre el rumbo, destapaba la olla y removía el contenido con una cuchara de madera.

Por mi parte, tras unos primeros momentos de tremendas dudas al timón, cuando logré que el barco dejara de hacer guiñadas y que la proa cortara las olas de manera razonable, empecé a disfrutar de llevar un barco, de patronear “ese barco”, en una mar tan agitada, donde a popa tres marineros avezados limpiaban el pescado confiados en que un inexperto les llevara a puerto. Nos seguía una enorme bandada de gaviotas que se arrojaban con estrépito sobre los restos y las entrañas de los pescados que arrojaban al mar.

Más tarde, cuando consideró que el caldo estaba a punto, troceó dos pescados de color rojo y aspecto espinoso, después supe que eran cabrachos, los colocó cuidadosamente sobre el lecho de verduras que hervían en el fondo y lo volvió a tapar.

-Ya falta poco, me dijo. -Enseguida le aviso y comemos. En algo más de una hora llegamos a puerto.

Al poco volvió a entrar, trabó el timón, cogió la olla y me dijo:

-Déjelo y venga a comer con nosotros.

Cuando salí, las cajas de pescado estaban apiladas y cubiertas por una lona. Sobre ella colocó la olla y a cada uno nos dio media barra de pan abierta y una cuchara. Observé que por turnos metían la cuchara en la olla y la sacaban llena de patatas, verduras, caldo y un trozo de pescado que colocaban sobre el pan que se iba empapando. Acto seguido con la cuchara raspabas un poco de pan junto con las patatas, la verdura y el pescado y te lo llevabas a la boca. ¡Um! ¡Riquísimo! Así, prácticamente en silencio, hasta que se terminó.

Puedo asegurar que es el guiso de pescado más sabroso que he comido en mi vida.

Llegados a puerto, a mí me parecía que habíamos hecho una travesía enorme, pregunté al patrón cuanto le debía. Para mi sorpresa me dijo que podía volver cuando quisiera y, además me regalo una de las mejores merluzas:

-¡Tenga, para que se la coma con su familia! Me dijo.

Y al despedirme de los otros marineros, el de más edad, el que cantaba y compartió el botijo de vino me comento: -Oiga, vuelva más a menudo. Cuando vamos solos pone en la olla el pescao más barato y con usted hemos comido cabracho, ¡ni más ni menos!

Para mi fue una de las experiencias más impresionantes que he tenido.

Al día siguiente se levanto un viento nordeste muy fuerte, uno de los más temidos en el Cantábrico y tuvieron que volver perdiendo más de la mitad del aparejo. Y recordando el título de un magnífico cuadro de Sorolla pensé : -!Y aún dicen que el pescado es caro! 

Joaquín Sorolla: "Y aún dicen que el pescado es caro". 1895.


Joaquín Sorolla: "Comiendo en la barca". 1898.

sábado, 6 de octubre de 2012

1000 visitas

Ya se que hay blog que tienen muchísimas visitas. Miles y miles de visitas. Cientos de seguidores pero, para mi que soy nuevo en este mundo, que el mio haya sido visitado en mil ocasiones supone algo sorprendente, sinceramente, no me lo esperaba. Cuando escucho en la tele o en la radio que tal blog o tal página web tiene miles, millones de visitas pienso que es lógico porque hay personas que tiene cosas muy interesantes que decir, que contar, que publicar y es normal que haya otras muchas que estén interesadas en lo que las primeras dicen o publican.

Cuando Eva me animó a crear un blog me resistí. No me veía yo en ese mundo. Me daba reparo. ¿Miedo quizás? No lo se. Pero cuando finalmente me lancé a ello y vencí ese miedo inicial he de decir que ya desde el primer momento está siendo una aventura interesante. Tener un espacio donde contar hechos y cosas que pienso, siento, que me pasan o que he realizado con anterioridad es curioso, interesante y sin duda alguna comprometido.

Cuando uno escribe, el primer reto al que se enfrenta es el del miedo al papel en blanco. Esa superficie limpia y luminosa que espera en la mesa a que nos atrevamos a... ¿Mancharla, ensuciarla, estropearla? ¿Violarla? Por que creer que vamos a escribir algo interesante es algo que implica atrevimiento y presunción. Pero... al final uno empieza y...

Algo muy parecido, yo diría que prácticamente igual, es lo que se siente ante un lienzo en blanco. Limpio, puro, inmaculado. ¿Como empezar, como mancharlo?. De hecho lo primero que se realiza sobre un lienzo se conoce en el argot pictórico como "mancha".

Pero luego uno empieza...

Pues si, varias entradas después y más de mil visitas a este blog quiero ilustrarlo con una de mis últimas pinturas: "Amanecer",  que figuró como portada en el catálogo de mi última exposición. Nueva actividad, nueva pintura




"Amanecer". Acrílico/lienzo. 146 x 114 cm. 2012


Y por supuesto quiero dar las gracias a todas las personas que han tenido la deferencia de visitarlo, de leer los textos, ver las imágenes y escuchar la música propuesta. Son un gran estímulo para mi que me anima a seguir en ello



jueves, 4 de octubre de 2012

Manos dibujadas

Las manos son una de las partes más expresivas de nuestro cuerpo y para mí como pintor un tema, un motivo, un reto a la hora de dibujar y pintar. En un retrato son el complemento fundamental que acompaña al rostro que, sin ellas, queda incompleto. Muchos de los retratos de Velázquez o de Rembrandt son un claro ejemplo de ello. "El caballero de la mano en el pecho" de El Greco es toda una proclama de esto, y en "La Gioconda" de Leonardo da Vinci, la obra de arte más conocida de la historia, hay poco más de un rostro y unas manos.


En casi todos los retratos que he pintado, la expresión, el gesto, la actitud de la persona representada está apoyada, complementada, sustentada en sus manos, a las que yo, personalmente, concedo una importancia fundamental.

Tanto es así que la que yo considero como mi primera obra completa como pintor: "Los senadores", un dibujo de 1977, que me abrió la puerta a mi primera exposición, de los tres personajes que aparecen, envueltos en telas, solo vemos las caras y sus manos.


 “Los senadores”. 100 x 70 cm. Tinta/papel. 1977


Poco tiempo después empecé a dibujar apuntes de dos manos en diferentes posiciones y actitudes. Masculina y femenina unas veces, las dos femeninas otras. Algunos de estos estudios son los que aparecen a continuación:


“Buscando su mano”. 46 x 38 cm. Lapiz/cartón.  2002


“Sobre su mano”. 32 x 20 cm. Lápiz / Cartón. 2005


“Entre los pliegues”. 32 x 20 cm. Lápiz / Cartón. 2005



“Reposo”. 22x32 cm. Lápiz / Cartón. 2007



 “Coctel”. 34x25 cm. Técnica mixta/cartón. 2008


Más tarde empecé a pensar, a sentir, que varios de estos dibujos podrían ser el esbozo de una obra de mayor calado. Finalmente, algunos de ellos acabaron como tema único en varias pinturas y grabados.